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Mosaico en la Casa de Fauno de Pompeya |
Abril del 331 a.C.: Alejandro III rey de Macedonia, más conocido con el apodo de “Magno”, regresa ileso de su travesía por las arenas del desierto de Libia luego de consultar al oráculo del dios egipcio Amón, el dios Zeus para los griegos, para saber si el dios le daba su aprobación para seguir su guerra contra los persas. También otro gran objetivo de este peligroso viaje desértico era que los sacerdotes egipcios lo reconozcan como Faraón de Egipto, una región recientemente conquistada al gran Imperio Persa de Darío III, imperio que abarcaba un territorio de proporciones tan gigantescas que se extendía entre las costas del Mar Mediterráneo hasta los confines de la India y el sur de la Rusia actual. Egipto era una de las regiones más importantes en su travesía expansionista por el corazón de Persia, ya que como escribía uno de los biógrafos de Alejandro, las tierras del Valle del río Nilo eran las más ricas del mundo antiguo y tanto él como su ejército de griegos y macedonios estaba hambriento y sediento de botín.