Jeróglifo maa’t. |
Las sociedades antiguas de la América prehispánica y del Antiguo Oriente, pueden ser catalogadas como “sociedades de discurso mítico”, siguiendo la terminología del historiador de las religiones Mircea Eliade. En ellas, el discurso político y social se transmite por medio de los mitos (tomándolos como representaciones ideológicas orales y escritas), que vienen a legitimar el orden primordial de las cosas a través de un eterno retorno del tiempo y de la historia hacia un pasado perfecto e inmaculado. Vale aclarar que las concepciones de tiempo e historia no deben confundirse con los sentidos modernos “lineales” de los términos, sino que es una historia de tipo “sagrada”, y como tal es “cíclica” y predecible, ya que tiende a volver siempre a los orígenes primigenios.
La cosmovisión en estas sociedades es el eje fundante de las relaciones de dominación, poseyendo tanto un elemento real como otro simbólico. Por un lado, el Estado en cuanto detentor del monopolio legitimo de la violencia, poseía un poder “real” de imposición directa de sus intereses por sobre los de la gente del común, pero como bien argumenta el antropólogo marxista Maurice Godelier, no puede ningún gobierno mantenerse en el poder si esa coerción no está normalizada por un aparato generador de consenso. Aquí es donde entraría el factor simbólico/ideológico, haciendo legítima esa maquinaria coercitiva y permitiendo la reproducción de las relaciones de dominación existentes. En este sentido, la religión actúa como generadora de consenso y, al mismo tiempo, como mediadora en las relaciones entre dominados y dominadores.
Ahora bien, la institución de la realeza, en nuestro caso tomando como punto de análisis a la azteca y la egipcia, es un punto de conexión claro entre los planteos anteriores, ya que tanto en uno como en otro ejemplo, veremos cómo la violencia propia de las elites es ritualizada mediante la práctica religiosa, y de esa manera legitimada. De esta forma, las figuras míticas de Menes para Egipto y la de Acamapichtli para el México Antiguo representan el estereotipo del primer “rey guerrero unificador”, que además de ser “extranjero” (de esa manera los vemos representados en la iconografía), concentran en sí mismos los atributos propios de la divinidad. Esta imagen, será perpetuada y apropiada por todos los monarcas subsiguientes, a través de una continua manipulación del tiempo y la historia, claramente visible en la iconografía y los “calendarios”, promovida directamente desde el Estado, como el gran sostén del culto oficial.
En este sentido, vemos que la naturaleza particular de la realeza en cada caso, es un punto importante para entender las dinámicas de poder vigentes. En el Antiguo Egipto el rey era un dios en la tierra, y en tanto reencarnación de Horus en vida y de Osiris en la muerte, representaba el eterno combate entre las fuerzas del mal (encarnadas en el dios Seth) y las del bien (simbolizadas por el jeroglifo maa’t, que significa "orden”). Por otro lado, según la antropóloga estadounidense Susan Gillespie: “los aztecas tenían una especie de realeza divina, aunque quizás sea más exacto calificarla de sagrada” (Gillespie, 1993, pp.279), ya qué los tlaloque (podríamos entender a esta expresión azteca como el equivalente a un “rey”, aunque sería un anacronismo calificarlo de tal manera) de Tenochtitlán, según fuentes históricas y arqueológicas de las ceremonias y fiestas, no reunían todas las características propias de los reyes verdaderamente divinos, como sí hemos visto para Egipto. El tlatoani (singular de tlatoque) en este planteo, es entonces remarcado más como un mediador entre los dioses y su pueblo que como un dios mismo, lo que no desdeña el valor “sagrado” de su cargo, ya qué si bien no era adorado él mismo como un dios, su cercanía con los poderes espirituales superiores le confería la legitimación de su poder, como garante del orden cósmico.
Osiris, Isis y Horus. |
De esta manera, vemos cómo se ritualiza a la práctica de la violencia, y se la convierte en un elemento más de la justificación del poder de los sectores dominantes. Tanto en Egipto como en México, a través del registro iconográfico y escrito (vale aclarar que la mención del registro escrito es únicamente para el caso egipcio, ya que la cultura azteca carecía de escritura), nos encontramos con la función del rey como “guerrero” y “defensor”. En este sentido, esa función representada en las fuentes, encierra dentro de sí misma una tendencia expansiva del Estado antiguo, debido a la continua necesidad de tierras para el mantenimiento del culto divino y de la propia clase dominante.
Aproximación de la extencion de la dominación mexica. |
Para citar un caso concreto, el expansionismo azteca es un esclarecedor ejemplo de cómo la religión otorga el impulso y el apoyo necesario para la conquista de nuevos recursos. Conrad y Demarest sostienen que el “culto a la sangre”, producto de la continua necesidad de sacrificios que demandaban las distintas divinidades mexicas, fue la motivación por la que en primera instancia los aztecas comenzaron la expansión militar por sobre el Valle de México. Una motivación que a la larga les acabó jugando en contra, ya que la permanente necesidad de expansión, incitada por una poderosa casta de guerreros y sacerdotes representados por la figura “guerrera” del tlatoani, poseía un germen autodestructivo que dependía directamente de la capacidad logística del Estado para ejercer su dominio (mientras más territorio, menos capacidad efectiva de dominio). Por lo que ya al llegar los españoles, el “Imperio” estaba debilitado por su propia lógica interna expansiva.
Ver más en:
Conrad, G. y Demarest, A. Religión e Imperio, México, Alianza, 1988 (1984).
Gillespie, S. Los reyes aztecas. La construcción del gobierno en la historia mexica, México, Siglo XXI, 1993.
Godelier, M. “Orígenes y formación. Procesos de la constitución, la diversidad y las bases del Estado. El proceso de formación del Estado. En: Revista Internacional de Ciencias Sociales, vol. 33, 1980.
Eliade, M. El mito del eterno retorno, Emecé, Buenos Aires-Barcelona, 2001 [1968].
Eliade, M. Tratado de historia de las religiones. Morfología y dialéctica de lo sagrado. Ediciones Cristiandad, Madrid, 1974.
Campagno, M. “De los modos de organización social en el Antiguo Egipto. Lógica de parentesco, lógica de Estado”, en: Campagno, M. (ed.). Estudios sobre parentesco y Estado en el Antiguo Egipto, Buenos Aires, Universidad de Buenos Aires, 2006.
Cervelló Autuori, J. Egipto y África. Origen de la civilización y la monarquía faraónicas en su contexto africano, Sabadell, Ausa, 1996.
Weber, M., “Conceptos sociológicos fundamentales”, en Economía y sociedad, México, FCE, 1944. (reimpresión argentina, 1992).
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