Casi el mediodía del miércoles 14. Agus manda un güatsap (sic, sic, sic) para confirmar si esta vez vamos a JOBS. El encuentro anterior había sido el miércoles 10 de mayo, el día de la movilización contra el “2x1” a los genocidas. Imposible haber ido a jugar juegos de mesa. Belén se baja (“viene el gasista”). Lucía confirma por ella y por mí (?). Gala se une a Bel. Mile no se entusiasma con la idea de tener que manejar de Lugano a Recoleta un día de semana y, además, lo encuentra incompatible con sus horarios y responsabilidades militantes. La novia responde negativamente por Fede, que sólo puede acotar que compremos uno si está bueno. Listo, somos tres.
17:40. Llego desde la Fundación Hairabedian, en Diagonal Norte y Florida, a Artecinema para ver “Los relocalizados” de Darío Arcella. Había arreglado con Lucía para verla, pero todavía no llegó. Pregunto y me dejan entrar la bici: golazo (¡gracias trabajador de la seguridad!). Saco dos entradas y logro ratonear wi-fi porque no tengo crédito (¡gracias Telecentro!). Me había mandado un mensaje de que tuvo laburo a último momento y se le hizo tarde, pero está llegando. Estoy enojado, pero cuando llega -cinco minutos después de la hora de comienzo de la función-, me guardo el enojo y saco las entradas (que nadie nos controló…).
19:30. Buenísimo el documental. Después de los créditos salimos y un señor mayor que entra a la función siguiente se queja de que quieren cerrar el cine -dependiente del INCAA-. Hablamos un poco, nos enteramos que el miércoles hay asamblea. Lucía firma el petitorio, yo ya lo había hecho durante mi espera. Nos dividimos. Hay que llegar de Constitución a Barrio Norte: ella en subte, combinación entre la C y la D; yo en bici (lo que me despertó el apetito: “¡y yo no descansaré hasta comer una salchicha!”). Después lo íbamos a discutir -como siempre-, pero yo le gané. Otra vez pude entrar la bici en vez de dejarla atada (¡gracias trabajador de la puerta [?] de JOBS!).
El bar está bastante vacío y un poco oscuro. ¿Qué hago yo en un bar una noche entre semana? Encima, en el bar de moda de mi adolescencia tardía (ese período de la vida en el que un@ cursa con poco éxito el CBC). Encuentro a unos tipos que parecen ser los de Sucesos argentinos (a partir de ahora: SA). Estaba Guido, de SA, y Maxi López (¡no el jugador! bah, sí, pero no de fútbol), de Ciudadano Ilustre (CI). Yo me presento: “Lucas… bla bla bla… profe de Historia… bla bla bla… Marcha Atrás… bla bla bla… mis amig@s están atrasad@s… bla bla bla… ¿cómo se juega?”.
Armamos una partida de SA entre los tres, mientras me van explicando cómo se juega. Se reparte una carta a cada jugador y se colocan sobre la mesa la cantidad de cartas necesaria para que supere por una a la cantidad de participantes (en nuestro caso: cuatro). Cada carta tiene, de un lado, un acontecimiento y, del otro, su fecha correspondiente. El juego consiste en elegir una de las cartas y colocarla antes o después de la que ya tenemos, ordenandolas temporalmente. En esa partida pasamos de la ronda normal a muerte súbita (¡bien, no pasé vergüenza!… por las dudas, ya tenía lista la famosa frase: “lo importante es el proceso”). En esa dinámica no se puede elegir entre varias cartas, sino que se está obligado a tomar la primera del mazo. Gana quien continúa acertando cuando sus rivales se equivocaron: en este caso, ganó Guido.
Agus y Lucía todavía no habían llegado cuando comenzamos a preparar una partida de CI. Conocía un poco sobre el juego porque había visto la entrevista de Eurojuegos Buenos Aires a las creadoras. Empezaban a llegar jugadores: Guido, otro de los de SA y, justo antes de arrancar, Lucía, con la que armamos un equipo. Por un mal capricho mío -aunque resultó bien- nos clavamos un buen rato respondiendo sobre educación (gajes del oficio). Ya arrancada la partida, llegó Agus y decretó el afano: nuestros tres rivales jugaban individualmente y nosotros/as éramos un equipo de tres, lo que en un juego sobre actualidad/cultura general/etc. es decisivo. Además de una victoria clara, pero no merecida, el juego dejó una muestra de por qué estudiamos historia y no matemática...
A todo esto no habíamos comido nada. Lucía insiste para pedir algo: “¡No almorcé!”. Yo también tengo hambre, pero me da cosita comer mientras jugamos. El hambre gana y pedimos unas papas para compartir y una jarra de cerveza, que degustamos mientras jugamos SA entre nosotr@s. Entre muchas disculpas, Lucía no sólo nos gana (me confundí a Milstein con Houssay), sino que bate el récord anterior de cantidad de cartas correctas (¡trece!). Jugamos otra partida más, esta vez también con Maxi, de muy alto nivel en la que le pude empatar el récord a Lu. Claramente, si el juego se llamaba Sucesos egipcios, griegos y/o romanos el recordman iba a ser Agus.
Saludamos cordialmente, content@s de haber disfrutado de la noche de juegos, y nos corrimos a la mesa de al lado, para dejar jugar a otr@s y comer, ahora, sin culpa de -capaz- manchar las cartas de grasa o aceite.
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