Había una vez una niñita a la que su madre le dijo que llevara pan y leche a su abuela. Mientras la niña caminaba por el bosque, un lobo se le acercó y le preguntó adónde se dirigía.
-A la casa de mi abuela -le contestó.
-¿Qué camino vas a tomar, el camino de las agujas o el de los alfileres?
-El camino de las agujas.
El lobo tomó el camino de los alfileres y llegó primero a la casa.
Mató a la abuela, puso su sangre en una botella y partió su carne en rebanadas sobre un platón. Después se vistió con el camisón de la abuela y esperó acostado en la cama.
La niña tocó a la puerta.
-Entra, hijita.
-¿Cómo estás, abuelita? Te traje pan y leche.
-Come tú también, hijita. Hay carne y vino en la alacena.
La pequeña niña comió así lo que se le ofrecía; y mientras lo hacía, un gatito dijo:
-¡Cochina! ¡Has comido la carne y has bebido la sangre de tu abuela!
-Desvístete y métete en la cama conmigo.
-¿Dónde pongo mi delantal?
-Tíralo al fuego; nunca más lo necesitarás.
Cada vez que se quitaba una prenda (el corpiño, la falda, las enaguas y las medias), la niña hacía la misma pregunta; y cada vez el lobo le contestaba:
-Tírala al fuego; nunca más la necesitarás.
Cuando la niña se metió en la cama, preguntó:
-Abuela, ¿por qué estás tan peluda?
-Para calentarme mejor, hijita.
-Abuela, ¿por qué tienes esos hombros tan grandes?
-Para poder cargar mejor la leña, hijita.
-Abuela, ¿por qué tienes esas uñas tan grandes?
-Para rascarme mejor, hijita.
-Abuela, ¿por qué tienes esos dientes tan grandes?
-Para comerte mejor, hijita.
Y el lobo se la comió.
En posteos anteriores, habíamos hablado un poco de los orígenes de los cuentos de hadas. Si se acuerdan, en el siglo XVIII Charles Perrault había sido el primer compilador de estos cuentos. “Los cuentos de Mamá Oca” era un conjunto de cuentos que el autor sacó de la niñera de sus hijos que era de origen campesino. Bueno, Perrault claramente alivianó estos cuentos para no asustar a la clase alta parisina.
Grabado original del primer libro de Perrault |
Volvamos a esta terrible historia. No podemos dejar de pensar que el único objetivo de la misma es asustar, y creo que habrá asustado a más de a un chico campesino una noche sin luces hace varios siglos. Es que en este mundo campesino asustar sobre los lobos podía ser la diferencia entre la vida y la muerte. Antii Aarne y Stith Thompson son autores que lograron recopilar y catalogar infinidad de cuentos. Todos tienen una cuestión en común: la tragedia. Pensemos un momento el mundo campesino del antiguo régimen: Vivían acosados por los pagos de tributos, un problema con el clima podía dejar sin comer a familia enteras por muchos meses. Tranquilamente distraído un día un joven campesino podría haberse acercado a un lobo y haber terminado en su estómago ¡Y que problema! Para una familia campesina perder un hijo era perder una mano para trabajar, lo que significaba más dificultades para poder llegar a pagar el tributo.
Pero cuando había momentos de problemas de cosecha muchas veces, estas manos se transformaban en bocas que alimentar. Así quizás se explica tanto el canibalismo tan común en muchos de estos cuentos como los abandonos. No creamos que los campesinos se comían si o si unos a otros. Pero si nos muestra cómo había poco sentimiento cuando un familiar moría por el hambre. Otro personaje común era el Ogro, una bestia descomunal que comía humanos y todo a su paso, o en ojos de campesinos, el señor feudal que arrasaba con los sobrantes y la vida de más de uno en cada tributo. Así aparecen estos cuentos que recopilan tanto Aarne y Thompson como Darnton en sus trabajos.
Cuando pasamos a Perrault y su primera adaptación famosa, vemos que la mayoría de estos cuentos se alivianan. Y también hay que pensar en su contexto. A este hombre poco le interesaba educar sobre el terrible mundo campesino. Vivía en una sociedad donde la industria editorial estaba en alza y los intereses por este mundo eran puramente por entretenimiento. Pensemos en esas reuniones de las que hablábamos posteos atrás, con hombres de letras discutiendo. Probablemente ahí, entre risas e interés eran leídos “Los cuentos de Mamá Oca”.
Pero cuando había momentos de problemas de cosecha muchas veces, estas manos se transformaban en bocas que alimentar. Así quizás se explica tanto el canibalismo tan común en muchos de estos cuentos como los abandonos. No creamos que los campesinos se comían si o si unos a otros. Pero si nos muestra cómo había poco sentimiento cuando un familiar moría por el hambre. Otro personaje común era el Ogro, una bestia descomunal que comía humanos y todo a su paso, o en ojos de campesinos, el señor feudal que arrasaba con los sobrantes y la vida de más de uno en cada tributo. Así aparecen estos cuentos que recopilan tanto Aarne y Thompson como Darnton en sus trabajos.
Cuando pasamos a Perrault y su primera adaptación famosa, vemos que la mayoría de estos cuentos se alivianan. Y también hay que pensar en su contexto. A este hombre poco le interesaba educar sobre el terrible mundo campesino. Vivía en una sociedad donde la industria editorial estaba en alza y los intereses por este mundo eran puramente por entretenimiento. Pensemos en esas reuniones de las que hablábamos posteos atrás, con hombres de letras discutiendo. Probablemente ahí, entre risas e interés eran leídos “Los cuentos de Mamá Oca”.
Grabado de Gustave Doré del Siglo XIX |
Y la historia llega a nuestros días. Si antes ninguno de los autores lo pensó para entretener a un niño, nuestra sociedad actual, capitalista y burguesa, ya no tiene que temer a los lobos, tampoco nadie pretende que una historia así sorprenda a las clases parisinas, y Sigfried poco importa al público común occidental. Disney, paradójicamente, nunca tomó la historia de Caperucita, pero sí todas las demás y les dio más simpleza y menos terribles tramas. Quizás el publico burgués, que no depende de la salvaje naturaleza o de tener demasiados hijos, está lejos de querer ver terribles historias en el cine sobre canibalismo. Pero el cuento sigue estando, hablando más de nosotros que de esta joven chica que tenía que llevarle pan a la abuela.
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