viernes, 6 de diciembre de 2013

Nelson Mandela: entre la lucha contra el apartheid y las cuentas pendientes

Nelson Mandela Primer
Presidente Democrático de
la República de Sudáfrica.
La muerte de Nelson Mandela inunda las pantallas de los noticieros por estos días. Su figura goza de un amplio reconocimiento y es universalmente conocido como un ejemplo de lucha. Sin embargo, quizás para muchos resulten algo desconocidas su tarea y su historia, tanto como las particularidades de la historia sudafricana.
Nelson Mandela fue el primer presidente electo democráticamente en Sudáfrica en el año 1994. Probablemente muchos han oído hablar de que esto significó el fin del apartheid. Pero, cuántos saben realmente qué fue el apartheid y cuál es la lucha que representa Mandela. En estos momentos entonces, parece conveniente recordar un poco que fue lo que sucedió, para entender cómo Nelson Mandela se convirtió en la figura reconocida que es hoy.
Sudáfrica es un país africano con algunas particularidades.

Allí se asentó hace ya varios siglos una población holandesa. Esta población poco a poco fue perdiendo sus vínculos directos con los europeos y se consideraron a sí mismos como auténticos africanos, no como colonos y se autodenominaron afrikáners o boers. Allí fundaron naciones independientes durante el siglo XIX, pero fueron finalmente derrotados por los ingleses en la guerra anglo-boer. Por este motivo, Sudáfrica pasa a ser un dominio británico. Comienzan entonces las políticas de segregación racial que ya se daban en otras colonias inglesas, con lo cual los nativos sudafricanos negros se veían excluidos de los derechos políticos, excepto en Ciudad del Cabo donde podían votar algunos representantes locales. Sin embargo, el verdadero sistema del apartheid comienza a esbozarse en 1948 con el triunfo del Partido Nacional, opositor a la influencia británica en defensa a los derechos de los Afrikáners. Esto se profundizó con la salida de Sudáfrica de la Commonwealth en 1961. El Partido Nacional aplicó progresivamente medidas segregacionistas tales como: la obligatoriedad de asentamiento según la pertenencia étnica y racial, la prohibición de la propiedad para los negros, la expulsión de los mismos de las ciudades y su confinamiento a suburbios y el campo, la necesidad de permisos para circular por fuera de los lugares asignados de residencia, la prohibición de empleos considerados para blancos y de mandar a cualquier blanco en una situación laboral, la prohibición por ley de matrimonios mixtos, etc. Finalmente, se les asignaron a los negros unas pocas tierras, las menos productivas del país, conocidas habitualmente como “bantustanes”. Estas representaban solo el 13% del territorio para una población negra que era el 80% del total sudafricano. En ellas, los africanos de color podrían gobernarse según sus propias leyes y costumbres, de acuerdo con el argumento que daban las autoridades que llevaron adelante el régimen del apartheid. Ellos consideraban a estos territorios como protectorados que progresivamente irían obteniendo su independencia, y de hecho algunos lo hicieron. Una independencia formal, claro está. Esto servía para justificar que los negros no tuvieran derechos políticos en Sudáfrica, ya que eran presentados como extranjeros. A esto se sumaban torturas, asesinatos, represión y una desigualdad enorme con respecto a los blancos en todos los aspectos sociales, políticos y económicos.
Sudafricanos con la "Carta de la Libertad".
Frente a estas políticas comenzaron a surgir grupos opositores al apartheid que se convocaron en 1955 en el Congreso del Pueblo. Allí escribieron la “Carta para la libertad” en la cual proclaman que Sudáfrica es para todos los sudafricanos y plantean por primera vez entonces la posibilidad de integración, sin excluir tampoco a los blancos. Luego de esto, los protagonistas de este congreso fueron acusados por el Estado Sudafricano de alta traición, pero resultaron absueltos por el poder judicial. El poder ejecutivo sintió esto como una afrenta y posteriormente proclamaron explícitamente la prohibición de toda actividad de oposición, radicalizando paralelamente la violencia y la represión. Frente a esto, el movimiento antiapartheid se radicalizó también. Se crean entonces organizaciones armadas contra el apartheid. Las principales fueron el Congreso Panafricano, los más radicales que se remitían a las nociones del panafricanismo esbozadas durante las independencias africanas por diversos líderes como Nkrumah, y el ala armada del partido del Congreso Nacional Africano (CNA), este último liderado por Nelson Mandela y enfocado hacia tareas de sabotaje. Estos movimientos se orientaban no solo contra el apartheid sino también proponían una transformación radical de la sociedad. Tras sus primeras acciones Mandela y otros líderes fueron condenados a cadena perpetua, mientras que muchos otros se exiliaron y construyeron un sólido poder del CNA en el mundo. A la vez, en los sesenta y los setenta adquiere gran relevancia el Movimiento de Conciencia Negra Liderado por Stive Biko, quien reivindicaba especialmente el orgullo negro y su elemento cultural. Una muestra de la represión en aumento del Estado Sudafricano se plasmó en las torturas y el posterior asesinato de Biko. Frente a esto, unos años antes Mandela había sido encarcelado de por vida y torturado ilegalmente aunque no asesinado. La represión del régimen estaba recrudeciéndose. Un dato de color que merece mencionarse es que a pesar de que actualmente y durante las últimas décadas Estados Unidos reivindica a Mandela, hasta prácticamente su liberación él y algunos de sus compañeros de militancia estuvieron en las listas negras de este país como terroristas y comunistas peligrosos, e incluso algunos continuaron en estas listas por largo tiempo.
Volviendo a nuestro tema, la violencia y la represión continuaron aumentando progresivamente hasta la década del noventa. En los comienzos de la misma se nota un claro aumento de la violencia política, tanto entre blancos y negros, como así también entre los mismos negros. Los grandes capitales sudafricanos, a su vez, veían con descontento este aumento de la violencia y sentían que el apartheid era ya contrario a sus intereses. Esto los llevó a reunirse incluso con los lideres del ANC en el extranjero. Esta situación, conjugada con derrotas militares para Sudáfrica en el plano internacional y el aislamiento diplomático, confluyeron finalmente hacia una salida negociada del Régimen ya que ni el Congreso Nacional Africano ni el Partido Nacional estaban en condiciones de obtener una victoria total.
Esta transición fue negociada por Mandela. Ahora bien, esta salida negociada impidió que se juzgaran todos los crímenes del apartheid. Se creó la Comisión Nacional del Verdad y Reconciliación que otorgó amnistías a quienes confesaran sus crímenes, pero no juzgó las atrocidades cotidianas del apartheid. A su vez, Mandela dejó de lado la transformación radical de la sociedad sudafricana y continuó por la senda de un desarrollo capitalista algo más inclusivo, pero en el cual las desigualdades siguen siendo profundas y notorias.

Mandela con el último presidente del regimen del apartheid
De Klerk, primer vicepresidente democrático.
En la actualidad, Sudáfrica ha avanzado hacia la realidad de ser un país más integrado y la segregación racial legal y política ha sido dejada de lado. La constitución de 1994 sancionó amplios derechos y reconocimientos a la diversidad sudafricana. Sin embargo, el pacto político tuvo fuertes implicancias, como la no renovación del poder judicial y de gran parte del aparato administrativo del estado. Esto se materializó por ejemplo en el acuerdo con De Klerk, último presidente de la Sudáfrica del apartheid quien fue vicepresidente de Mandela. La tarea de Mandela debe ser reconocida, claro está, y probablemente me puedo aventurar a decir que se vio fuertemente condicionado por los equilibrios políticos de su tiempo que le impidieron encontrar otra salida. El acuerdo político fue fundamental y sin dudas necesario para poder lograr una Sudráfrica sin apartheid. Sin embargo, a Sudáfrica todavía le queda un largo camino que recorrer para mejorar el nivel de vida de su población, reducir la desigualdad y redistribuir la riqueza entre los amplios sectores marginados durante el apartheid. Mandela hizo una parte de la tarea, junto con otros luchadores de su tiempo, pero les queda a los sudafricanos más jóvenes continuar con la lucha.

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